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Corriente Happy-Happy

Breve historia en placeres fugaces

Escribir “para leer algo que antes no haya leído nadie” (Hemingway).

Reír con los ojos abiertos.

Soñar sin esperar a la noche.

Experimentar con una receta de cocina.

Ver una película sin pedir opiniones.

Contar un cuento favorito en público.

No elegir entre la zorra y la rosa.

Abrir un buen vino y no saborearlo sólo en la copa.

Usar cinco, seis o siete letras para decir tu nombre… antes de que amanezca.

(Para el concurso del imprescindible Diario de la Pelusa, y en recuerdo de otra lista de placeres fugaces allá en los inicios de la pocilga)

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Corriente Explicaciones Marranadas

Ágatha y las chancholibretas

Querida Mrs. Mallowan:

Hace unos días decidí releer pronto alguna de sus famosas novelas, con el pretexto de haber encontrado un libro sobre sus métodos de dispersión mental investigación y descubrir que guardan cierta semejanza con los de quien esto escribe, aun cuando mi caligrafía es mucho menos elegante.

Seguramente nuestra querida Miss Marple sería la única con suficiente paciencia para desenredar tales madejas de ideas; después de todo, el encanto de las libretas es precisamente su disposición a recibir casi cualquier cosa, desde la puntuación de un juego de cartas hasta la receta de una pócima.

Junto al recorte de una revista, es posible encontrar algún recado personal, la letra de alguna canción, un poema u otra nota que seguramente Poirot tacharía de insensatez (la imaginación, Monsieur, también emplea pequeñas células grises). Los dibujos de sus apuntes harán las delicias de cualquier futuro antropólogo… mientras los míos, siento decirlo, le provocarían hilaridad a Jacob Marley.

Es verdad: a veces el entusiasmo por escribir rebasa toda intención de orden. Mis varias libretas también tienen forma y tamaño diverso, aunque no llegan a ser tantas como las 73 que el investigador encontró en casa de su nieto. Confío que, en el futuro, un hipotético descubridor de mis apuntes los trate con delicadeza, en vez de considerarlos (como Poirot) evidencia incontestable de locura.

Hoy, cuando la mayoría prefiere apuntar con electrones antes que sobre  papel, no puedo dejar de pensar si a usted, admirada señora, le sucedería lo mismo que a mí, a quien las “facilidades electrónicas” le parecen generalmente más amenazadoras que entrañables.

Por ese motivo me atrevo a escribirle, haciendo votos para que su fama perdure. Así, cuando alguien me pregunte, sabré decirle por qué no renuncio –siguiendo un ilustre ejemplo– a mis confiables y queridas chancholibretas.

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#cuentosalvapor Corriente Marranadas

Barrenos

Paul Valéry afirmó que un poema no se termina, se abandona, y de esto se hizo eco Octavio Paz. Creo lo contrario: el poema abandona al poeta en el desierto de su deseo no saciado.”  — Juan Gelman, al recibir el premio Reina Sofía.

Este lento consumo de  silencios parece, casi todo, un gemido sordo, entrecortado, maloliente, como trazo de gas pimienta en este aire que decimos –tú y yo– que respiro.

Día tras día, despepitar hasta que sólo quede eso: un rastro de semillas donde nada crece, ni siquiera la carne que alojaba esa esperanza en forma de goteras. Desvelo tras desvelo, una enorme pesadilla inatrapable que asfixia.

Encuentro descanso en la confiable tinta negra (ya sabes que la azul puede ser peligrosa) y temo, creo que con razón, la visita de mi albacea, pues ahora sus afectos tienen un guardián implacable, y yo, apegado a la nostalgia y a los viejos usos, utensilios y costumbres, cada vez quedo más en desventaja.

Lo único que me mantiene cuerdo es el insomnio, cruelmente destruido por el sueño, disipado al poco rato (una hora más temprano) por la luz que inaugura la vigilia.

Ah, pero siempre llega la noche. No estoy loco; sólo escucho con un poco más de cuidado este nuevo silencio. Las voces nunca respetan mis deseos.

Los habitantes de la imaginación entran y salen en un torbellino de letras que nadie puede advertir.

Antes de que amanezca, el caos de mi cerebro persigue una palabra que le dé sentido al sacrificio, a la morbosa violación de una página blanca.

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Corriente Inspiración pura

Ella

pergamino_wikimediacommonsAsí soy, me dijiste. Tú sabrás si puedes soportar tocarme sólo bajo mis condiciones. Porque no estoy dispuesta a ceder.

Tu sonrisa me ahogó las respuestas y la rabia. Al diablo con lo que piensen los demás.

¿Estás seguro?

No podía pensar en otra cosa. Si tenía que ser así, lo aceptaría.

Siempre hay dudas. Mi propio carácter, mi formación y la realidad de mi trabajo cotidiano me obligan a cuestionar todo lo que venga de ti. Aun así, eres la única que se atreve a reír en mi propia cara, para después dar media vuelta y desaparecer, ¿te das cuenta?

Estos últimos días a solas conmigo son una pesadilla; no se lo he contado a nadie, y de todas formas no me creerían. Tengo su respeto porque cumplo, porque mi trabajo es necesario y porque casi siempre soy el único que puede hacerlo, pero no me estiman, y creo que es por ti.

Acabo de saber que te fuiste con otro, que lo haces todo el tiempo. Creo que siempre lo supe, pero (este también es un cliché) fui el último en aceptarlo.

Me duele que seas así, pero ese es tu modo, y quizás la razón por la que me atrajiste desde el principio. No tienes ataduras, por eso anidas a capricho.

Yo soy sólo un escribidor, condenado a esperarte siempre ante la hoja en blanco.

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Corriente

Clamores

…Si me recuerdas, con sólo sostener entre tus manos mis palabras podrás escucharlas también. Cuando te hable de mis visiones y encuentros, si  te importo (como dices), sentirás el olor del pasto en el rocío de la mañana y te hará estornudar.

van_eyck_003wikimediacommonsEntonces será como si estuvieras junto a mí. Me escucharás decirte que jugar con la luz se parece a perseguir un mechón de tus cabellos, siempre cerca, siempre lejos, huyendo de mis dedos que quieren asirte con esa rabia que un día me hizo mirar fijamente al sol y congeló para siempre la rebeldía en mis retinas.

Sé que tus horizontes se dilatan con los míos. Por eso escribo esta carta después de caminar todo el día; por eso me recuesto rodeado de flores, junto al arroyo que sació mi sed con una carrera de cristal que sonríe. ¿Verdad que es deliciosa el agua fresca? Bálsamo inigualable para los pies, para el alma que invoca.

Por eso, cuando llegues al final de la página, perdona el impaciente trazo de mis letras-tuyas: piensa que las manos de un rapsoda ciego no se han acostumbrado aún al punzón. Y si acaso quieres besar mi nombre, no te extrañe encontrar un poco de sal en tus labios; es sólo una lágrima de mi torpeza, de mi amor, de mi cansancio…

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Corriente Explicaciones

Cartas Vagabundas

No quiero aburrirte con descripciones ociosas. Tampoco te abrumaré con el recuerdo de aventuras, conjuros, juramentos y escapatorias en medio de la noche.

Nada ha cambiado, aunque ya no quieras reconocerlo.

No te hablaré de tus recuerdos. Quiero hablar de tus olvidos, pegados al fondo de tu memoria. Esos olvidos que pelean por un lugar en tu presente, por recuperar el lugar que ahora es del auto último modelo, de ese departamento de académico exitoso, de esa tertulia forrada de indiferencia y seda, de tantos aburridos “eventos” paliativos del dolor propio y ajeno.

Yo soy, como tú, un viejo guardián disfrazado. Pero no paseo mis puntiagudos zapatos como un desafío, ni me manicuro una vez a la semana. Al contrario: me muerdo las uñas, y mis pies distinguen el suelo vivo del asfalto inerte. Me levanto con el cantar del gallo, porque me da la bienvenida; no conozco el tictajeo de la oscuridad insomne.

Me propongo devolverte la sonrisa, aflojarte los tirantes, despojarte de tu entintado orgullo, para cambiar por la brisa marina el agua embotellada de lavanda. Soy quien todos los días te espera con su primera caña de pescar, y adivino lo que pasa en tu alma.

Sé que quieres retozar en el prado de tu imaginación, y que sabes hilvanar palabras como caricias. Por eso estoy aquí, encerrado en una página, para que de una vez eches a andar como ese vagabundo, gozoso y lleno de empeño, que lucha por ser feliz.

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Corriente Disculpitas Explicaciones Marranadas

A quien corresponda

Estimado destinatario:

No sé qué decirle que no suene a frase de cajón. Me piden presentar a usted, a quien no conozco, una persona que ciertamente conozco.

Si en cambio fuera usted quien me conoce, sabría preguntarme: «¿vale la pena Fulano?» a lo cual yo respondería: «¿la pena de qué?». Por eso le pedí a quien porta esta misiva que la escribiera él mismo y me la presentara para firma.

Sí, soy un hombre ocupado. Aunque no puedo decirle de Fulano algo especialmente luminoso o determinante, me gustaría hacerlo. Sería agradable, y mucho más breve, recomendar a una persona ante otra diciendo: «No sé cómo ha podido sobrevivir hasta ahora. Me atrevo a decirle que su vida será más grata y sus ingresos más considerables si decide incluir a Fulano entre los copartícipes de su nómina». O algo breve, menos agradable, aunque casi tan eficaz, y mucho más contundente: «Es mejor ganar un empleado que un enemigo». Pero si quiere frases como ésta, pídaselas a Maquiavelo.

Otra cosa más: ya sé que no le he dicho cómo se llama la persona de quien le hablo. Pero creo que, siendo los dos desconocidos entre sí, lo primero que harán será presentarse mutuamente. Entonces, usted y yo tendremos un conocido común. Le invito a tomar ese riesgo.

Atentamente,

Ivanius

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