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Corriente

Muerte de letras

Repasando memorias, encontré una que no me gusta.

La biblioteca abandonada, la biblioteca-museo, la biblioteca elefante blanco. Esa que tiene altas estanterías rellenas de libros tras puertas de cristal, a la que se llega con cubrebocas, guantes y bata de cirujano. Más que biblioteca, debería llamarse morgue de libros.

biblioteca_palafoxiana_gnufdl_wikimediacommonsOtras solamente se abren en las “grandes ocasiones”: bodas, funerales, campañas políticas. En ellas puede haber un retablo o el retrato de alguien con traje de gala junto a un mapa o una bandera, sobre un escritorio para que los turistas tomen la foto “del recuerdo”.

También hay bibliotecas sólo para especialistas, en donde los usuarios ostentan permisos especiales y los libros se hojean sobre un atril en cuartos climatizados. No tocar: las palabras duermen y no es bueno despertarlas.

En algunas casas, “el estudio” es un recinto con paredes que alternan diplomas y colecciones de libros: allí se acude a tener conversaciones privadas, no para leer. Su versión más modesta es la esquina de alguna habitación donde languidecen unos cuantos libros de texto de cantos grises y una enciclopedia vieja, con el amarillento diccionario “Academia”, el Álgebra de Baldor o el Pequeño Larousse Ilustrado escoltando un escuálido Quijote y una Divina Comedia en dos tomos (eso sí, con ilustraciones de Doré).

En esas bibliotecas no respiran ni los recuerdos. El destino de esos libros es el polvo o la ceniza, porque han dejado de ser voces: son leña encuadernada.

Llegar a esos lugares me da tanta tristeza como estar ante una cripta o asomarme sobre una mesa de autopsia. Porque así como puede doler un cuerpo muerto, a veces duele más encontrar cadáveres de ideas.

Hace tiempo prometí que mi propia biblioteca no sufrirá ese destino, ni será monumento al lector desaparecido cuando yo ya no esté. Mis amigos de papel encontrarán lectores, no mercaderes, y serán, más que reliquias, amuletos y llaves esperando ser abiertos, descifrados, compartidos.

Tengan la edad que tengan, los lectores y los libros siempre se están buscando; por eso, poner barreras entre ambos es un crimen sin sangre del que no puedo ser cómplice.

Un libro no ha de ser lastre cuando su vocación es convertirse en alas.

By Ivanius

Intérprete de sueños, devoto de las palabras, adicto a la imaginación. Lector irredento y escribidor repentino. Ciudadano y no me canso.

15 replies on “Muerte de letras”

Reconozco que hasta con mis propios libros (que son más que nada de sieño e ilustración) pongo una barrera ante aquel que quira verlos, me da miedo que los maltraten y jamás los presto.
A mi favor te dire que teniendo una cantidad considerable de libros infantiles, he acostumbrado a mis sobrinos a leerlos cuando me visitan, claro, saben que deben cuidarlos en extremo.
Saludos

Me encanto tu reflexion… (Hay frases aqui para la posteridad)
Tienes razon, los libros son seres tan maravillosos que merecen algo mas que un estante, merecen la vida! Ojala hubiera muchos como tu en el mundo!
Yo incluiria las bibliotecas de centros de posgrado… No hay sitio mas frio en el mundo que una de esas!
Besos!
(Andamos muy memoriosos… yo hoy estuve trabajando en un texto memorioso pero no he podido terminarlo… no es su dia!)

Yo voy a hacer una confesión horrible… muchas veces, cuando entro en una casa, hago un perfil de sus moradores y por lo tanto, del escalafón en el que debo colocarlos, de acuerdo a la cantidad de libros que tengan… Cuando voy a una casa donde no veo ni un libro, segura estoy de que puedo buscar la pantalla de cincuentay tantas pulgadas, pero en seguida me entra una desazón y desconfianza,y me siento fuera de lugar… Esta reflexión no está para nada exenta de ser un juicio apriorístico y subjetivo, de ahí que merezca el nombre de confesión.
Pero es verdad que los libros han de moverse, han de alimentar a otros,y han de vivir una vida promiscua, llena de lectores, y no entregarse a uno solo, porque esto hace estéril los esfuerzos hasta del encuadernador.
He de darme una vuelta, a ver que se me pega de tu bibloteca, jejejeje.

Pelusa: Gracias, gracias, gracias. Una librería de posgrado, más la Biblioteca Palafoxiana de Puebla y algunas otras, fue lo que motivó este texto. Nos seguimos leyendo. Besos.
NTQVCA: El punto no es soltar los libros así nomás, sino cuidarlos. Desgraciadamente hay mucho de cierto en aquel dicho sobre las dos clases de tontos, pero aun así, quienes apreciamos los libros nos reconocemos unos a otros. Lo que dices de tus sobrinos es prueba de ello. Saludos para ti.
Mara: A mí me sucedía lo mismo y no sabía explicar por qué. Después aprendí que una gran biblioteca sin usuarios es sólo adorno; una pequeña, pero activa, contiene más tesoros y más vida. En la selección, y en la experiencia, está el alma… aunque sea negra. 😉 En cuanto a lo último que dices, cuando hay afinidad, hay intercambios.

Hey hombre, que hermoso post

justamente tengo un sentimiento parecido al tuyo, sólo que yo he decido sí dejar que mis libros vayan y vengan para no dejarlos morir en un estante

estoy totalemtne de acuerdo contigo hombre, nacieron para volar, no los puedes meter a una jaula donde nadie los verña

Michael Ende tiene razón cuando dice que un libro se escribe de nuevo y todo empieza otra vez cada vez que lo abres, jamás mueren.

Señor Ivanius hay algún mail donde se pueda hacer contacto con usted, necesito hacerle una pregunta. Soy medio slow pero no encuentro el contacto en su blog.

el mio es…

MV: Debo decir que mi “soltura” con los libros no llega a tanto como para simplemente dejarlos fluir, sobre todo considerando la voracidad de quienes me conocen. Sin embargo, mi alternativa (además del préstamo selectivo) es la caja de salida que describo acá en el post de La hojarasca.
Revisa tu correo, allá están mis datos. Saludos y gracias por pasar.

Primero que nada: ¡APLAUSOS! Hermoso post sobre los libros y las bibliotecas… No pudo dejar de rondarme la idea nostálgica de aquel Cementerio de los libros olvidados (que me parece lo más genial de Ruíz-Zafón) y que sólo de vez en cuando, recibe visitas especiales… También desconfío de las casas donde no hay libros y como Mara bien apunta, tienen televisores que se multiplican por sus cuartos. Mi biblioteca es de puertas abiertas… no sé cuántos libros habré perdido con el pasar de los años porque suelo ser fácil prestándolos (salvo casos excepcionales) porque creo que lo peor que se le puede hacer a un libro es que sólo unos ojos se paseen por sus páginas. Te dejo un montón de besos, don Ivanius.

Mi biblioteca es realmente pequeñita, poco a poco ha ido ganando espacio, y creo que he leído casi todos los libros que tengo y, algunos, más de una vez. Honestamente, no soy una gran lectora, pero he tenido muy gratas experiencias con los libros. Y estoy de acuerdo, los libros son para los lectores, no para los estantes. No es una promesa, ni un propósito, pero si quisiera poder leer un poco más.

Saludos =)

Paloma: Ruiz-Zafón me resultó entretenido, pero como dices, no memorable fuera del Cementerio de libros olvidados. Aparte de eso, quiero advertir una provocación en lo que dices de tu biblioteca. ¿Será? Besos.
Nadia: Ese es justamente el punto. Claro, los trogloditas de la lectura como tu servilleta somos una anomalía precisamente para invitar a los demás a ejercer la prudencia… sin dejar de leer. Abrazo.

Quisiera dejar un comentario más apropiado para tu artículo, pero se supone que estoy chambeando.

Soberano post, mi estimado Ivanius; me impactó sobremanera la última frase, y procederé a homenajearla con el tradicional fusil.

Comparto el “mál hábito” de Mara, de metichear las bibliotecas de las casas que visito, para catalogar a mis anfitriones.

Un abrazo

Mister Won-Tolla: Gracias por el homenaje y la visita. Parece que los malos hábitos son sospechosamente epidémicos en la granja… lo bueno es que de ese virus no se muere nadie, aunque (ojalá) resulte contagioso. No se desaparezca tanto; acá lo esperamos en la Piedra de Consejo.

Estoy totalmente de acuerdo: los lectores y los libros siempre se están buscando. Basta poner atención en el rostro de quienes abandonan la librería con uno o varios libros en la mano y se les nota el ansia de acariciarles las páginas, ya no con los ojos y los dedos, sino con el alma.
Don Iván, gracias por la reflexión =)

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