…Si me recuerdas, con sólo sostener entre tus manos mis palabras podrás escucharlas también. Cuando te hable de mis visiones y encuentros, si te importo (como dices), sentirás el olor del pasto en el rocío de la mañana y te hará estornudar.
Entonces será como si estuvieras junto a mí. Me escucharás decirte que jugar con la luz se parece a perseguir un mechón de tus cabellos, siempre cerca, siempre lejos, huyendo de mis dedos que quieren asirte con esa rabia que un día me hizo mirar fijamente al sol y congeló para siempre la rebeldía en mis retinas.
Sé que tus horizontes se dilatan con los míos. Por eso escribo esta carta después de caminar todo el día; por eso me recuesto rodeado de flores, junto al arroyo que sació mi sed con una carrera de cristal que sonríe. ¿Verdad que es deliciosa el agua fresca? Bálsamo inigualable para los pies, para el alma que invoca.
Por eso, cuando llegues al final de la página, perdona el impaciente trazo de mis letras-tuyas: piensa que las manos de un rapsoda ciego no se han acostumbrado aún al punzón. Y si acaso quieres besar mi nombre, no te extrañe encontrar un poco de sal en tus labios; es sólo una lágrima de mi torpeza, de mi amor, de mi cansancio…