Las palabras, no las personas, son mis ranas.
O a lo mejor sí son personas-personajes, como Tom Sawyer, Nils, Mowgli, Allan Quatermain, Gandalf, Sherlock, D’Artagnan (más bien Porthos), Dan (el consentido de Jo March), el Sombrerero, Momo, Shatterhand, Miguel Strogoff, Dick Shelton, mi inolvidable Gabriel Syme y el incorregible Azazel, entre muchos otros… sin olvidar, por supuesto, al Caballero Desheredado.
Las demás ranas y sapos no las guardo en mi maleta: departen y comparten, al calor de brebajes, cuartillas y cazuelas, electrones, anécdotas y trazos, goles, moles, tequilas y jaiboles, códigos, palabras y compases, collages e ilustraciones, barro negro y colorado o de colores, carreteras, trincheras, lunas, estrellas y soles, acciones y pasiones, besos, abrazos, sesos y bostezos, carcajadas y sueños, con este chanchosapo en que la vida me ha convertido.
Esos gozos, recuerdos y dolores son trama y escalera de la vida. Así está hecha para que descubramos cómo hacer de cada instante un salto inmortal e inolvidable.