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Corriente Explicaciones Inspiración pura

Las coincidencias de la vista (I)

Soy una de esas personas que nacieron miopes, provisto de ideas inciertas acerca de cómo funciona eso de ver la realidad. La familia dice que me pusieron mis primeros lentes a los siete años, pero yo recuerdo que fue después de una operación a los ocho cuando se convirtieron en mis compañeros.

A eso debo (digo yo) la pequeñez de mis ojos, que cumplen su cometido a pesar de que parecen ocultar la mirada más que facilitarla. La verdad es que desde antes me había aficionado a la lectura, y los lentes me dieron el pretexto perfecto para cultivarla sin pudor alguno y con voracidad tan creciente como mis dioptrías.

Los lentes eran pantalla y refugio para mi timidez ante los múltiples apodos que reciben los niños con anteojos. Eso antes, porque ahora todos los escuincles traen lentes y hasta los gozan. Yo, a pesar de los apodos, gocé un poco los lentes por ser casi el único que los usaba, igual que zapatos ortopédicos y peinado con raya a la izquierda.

El asunto es que si en aquel entonces alguien me hubiera propuesto prótesis, más operaciones, lentes de contacto, ojorrobot, yo hubiera aceptado de inmediato; sobre todo porque para mí el hospital era un lugar de trabajo y sanación, no un sitio lleno de miedos y dolores, y no tanto por odiar los lentes. Luego llegó un momento en que ya no pude entender mi vida sin esos anteojos de pasta, con vidrios de ligero tinte verde y estilo fondo de botella.

A veces me preguntaba cómo sería usar lentes oscuros y ver todo negro, aunque me decían que también ayudaban a ver mejor, que filtraban los brillos. Yo asentía sin entender, porque me daba por contento con distinguir los rasgos de mis seres queridos sin confundirlos con otras personas, cosa que alguna vez sucedió. Me preguntaba qué tan gruesos llegarían a ser mis lentes antes de tener que usar no bifocales, sino binoculares… ¿Alguien dijo transplante de córnea? (continuará)

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Corriente El rincón insólito

Rincones insólitos: Un recuerdo para siempre

Para conmemorar el inicio del segundo centenario de este su chiquero predilecto, nada mejor que un diamante.

Esta vez, la tecnología ha encontrado una manera digamos especial de conservar las joyas de la familia… o algo así. LifeGem. Para amores de 24 quilates.

Con este rincón insólito, la pocilga regresa a su programación habitual.

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Happy-Happy Joy-Joy Marranadas

100

Dale clic a las imágenes así como van. Alberto

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Las plenitudes (in)conscientes

Los cerdos no tienen glándulas sudoríparas, por eso se quitan el calor revolcándose en el lodo. Para los demás mamíferos, sacudirse la tierra y quitarse el lodo es algo instintivo, sobre todo al sentir que se endurece y, secándose, nos inmoviliza.

Igual que los seres humanos, el chanchopensante sabe que, después de jugar en la tierra, darse un buen baño es placentero, educado y necesario, aunque desde que era solamente un lechoncito descubrió que también le gusta la arena, a pesar de que es más difícil quitársela de encima. (Diálogos con Linneo)

El ChanchoPensante fue… una ocurrencia cierta, más que presunción o genialidad. Definirlo es como estar entre cronopio y fama.

Hace como tres años, yo sabía más o menos lo que era un blog, pero por falta de tiempo y exceso de timidez, me había limitado a la parte más técnica, a un universo conocido. La convivencia era algo que sucedía solamente “en directo”. Si con pocos hablo más de 5 minutos por teléfono, era impensable pasar horas y horas navegando historias personales (y menos comentarlas en donde cualquiera, o todos, pudieran verlo). Pero siempre hubo algo, en parte humor, en parte morbo, que pedía un espacio.

Desde el hijo pródigo hasta hoy, nadie ha querido darse cuenta de que los chanchopensantes no vivimos de la basura. Y tampoco la consumimos voluntariamente. (Diálogos con Kalimán)

Lo que sí recuerdo es haber descubierto un par de blogs que rompieron con mi timidez porque eran testimonio de amistades, proyectos y quehaceres: espacios para asomarse y compartir. Como los dueños de esos sitios habían compartido ya vida y trincheras conmigo, me sentí en confianza. En uno de ellos, mis palabras cobraron la fuerza de hablar de lo que me gustaba (y me daba de comer). En el otro, lo contado, ameno y divertido casi siempre, era un retrato desenfadado pero fiel de la realidad. Los comentarios, aunque esporádicos, empezaron a ser diálogos verdaderos. Aquí un fragmento:

“Regresar de vacaciones.
Es un tormento chino. Una muerte lenta por envenenamiento.
Si estás de viaje, el cansancio es lo único que lamentas. Dolor de pies, quemaduras en la cara y cuerpo; pero eso sí, bien cargado de nuevas experiencias.
Hasta ese día. El día antes de regresar.
Es como pararse al borde del precipicio. Los “pendientes” te asaltan, todo lo que hay que hacer empieza a tomar su lugar en la cola de trabajo. Arranca la máquina multitasking y… oficialmente se acabó.
Gueim ouber. ¿Y la cruda?
Evita la depre post-viaje. Piensa en el siguiente.”

“Para mí hay otro remedio parcial —o paliativo— para esa nostalgia macabra, ese vértigo existencial que es el fin de las vacaciones.
La crónica. Sí, esa plática gozosa, que puede ser por teléfono, o a golpe de cuartilla (electrónica o en papel).
La crónica por escrito permite contarlo de nuevo y releerlo, o compartirlo así, como lanzado al ciberespacio, para que a ver quién lo lee. Y si nadie, no importa; y si alguien, también. Al fin, lo bailado nadie me lo quita. Ese (el goce de leerescribir) es uno de mis favoritos.
Pero hay otro a la par: convocar a los amigos, a los seres queridos, al calor de un brebaje predilecto o una vianda común, y dejar fluir las palabras y los asombros, para cruzarlos con el aderezo de las anécdotas, con el condimento de los comentarios. Con la envidia que entonces se palpa, pero que se disipa en las historias compartidas…
Luego —entonces sí— la pregunta inevitable: Y el próximo viaje, ¿a dónde y cuándo?”

El contraste funcionaba, porque no era tanto. Pero un día llegó lo que para mí, Ivanius, es el verdadero Génesis de la Pocilga:

“Creo que es hora de que usté derrame o embarre las tripas en algo más personal o sentido —como aquello del pie izquierdo— en beneficio de la comunidá… digo, pa ponernos igual ¿no? Ea”. –10 de septiembre de 2007 1:58

La clave fue eso de ponernos igual. No lo de embarrar las tripas, pues la timidez (en mi caso) prevalece, sino la oportunidad de compartir, abiertamente en teoría, pero sobre todo con unos cuantos, esos cómplices que (anónimos o conocidos) nos visitan.

Que tenga pezuñas no significa que no tengo tacto. Sólo que no uso las manos (o los pies) para lo mismo que ustedes. O tal vez sí. Pies tengo, aunque sean pezuñas. (Diálogos sin métrica)

El caso es que a partir de ese intercambio empezó un cruce de mensajes y correos cuyo resultado es esta pocilga y su benévolo demiurgo: una entidad que cobraba solidez y se hacía presente, como siempre, en casi todo, especialmente el trabajo.

Lo único para lo que las pezuñas no sirven es para trepar a los árboles. (Diálogos con Darwin)

El resto, como dicen, es historia. Una historia que hoy empieza su andadura de tres cifras. Y que me ha hecho imaginar, pero (sobre todo) reír. Por eso es que es el ChanchoPensante, que puede parecer sucio, pero no lo es tanto.

Yo soy herbívoro ocasional por convicción y con criterio propio: eso de que las margaritas no están para la boca de los cerdos es mentira, ¿verdad, Margarita? (Diálogos con Fausto)

Hoy, en medio de la basura y las cosas que nos agobian, la reflexión y la alegría tienen un lugar, al mismo tiempo solemne y profundamente humano. Su nombre, para mí, es el espíritu Chancho…y Amén.

Gracias a todos los lectores, visitantes y comentantes de este su chiquero. Especialmente a Don 7p alias Alberto, “párdner in chanch”, como diría él, junto a los amigos y familia, que saben quiénes son… con derramamiento de sangre o sin ella. ¡Seguimos adelante!

Ivanius
Noviembre 2008

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Corriente Inspiración pura

I Java Dream II

En un lugar que no necesito describir, pero (eso sí) alrededor de la mesa, se estiró sin esfuerzo una conversación sabrosa como las viandas que disfrutamos en la velada. No exagero si digo que, a pesar de parecer por momentos una “cena de negros” antropófaga y sangrienta, y por momentos un velorio anticipado, esa reunión fue al cabo un oasis de palabras hondas, profundas, permanentes.

Entre todos los temas y todas las preguntas que los comensales disectaron, me quedo con una.

Hablamos de lo que Dios creó y los hombres inventaron: instituciones, personas, ideales y pesadillas. Las risas y la alegría cedieron el paso al ingenio para salpimentarse. Al cabo, aparecieron los sueños y las búsquedas. En ese momento, algo cambió, y la reunión se volvió Ateneo.

En aquella ocasión no participaron, y de una vez lo digo, los siete sabios de Grecia. Creo que los concurrentes no podrían recibir, ni jocosamente, el mote de “Los Enterados de Chilangolandia”. Aun así, algunas de las conjeturas que surgieron se han materializado (y siguen haciéndolo) desde entonces; estoy seguro de que todos reprimimos, cuando las profecías se cumplen, el impulso de decir “te lo dije”.

Al hablar de las ideas y las noticias, las coincidencias fueron más poderosas, siempre, que lo disímbolo: tocados con la actitud rebelde, irónica y certera de los diálogos de nuestra velada, las anécdotas, los personajes y hasta los antepasados entraban y salían a caballo de las palabras.

Hablamos de tareas y de proyectos, con nitidez de iluminados, con esperanza nacida del empeño. Con tembloroso y decidido realismo.

Desde el recuerdo de trincheras personales, llegamos al terreno común —pasado, presente y futuro— animándonos mutuamente a compartirlo, con la experiencia de las mezquindades y pequeñeces que sólo cada uno sabe combatir en su pequeño huerto.

Estoy convencido de que cuanto sucede en ocasiones como esa es una auténtica comunión espiritual engendrada alrededor de una mesa de familia o de amigos. Una comunión que puede ser tan sagrada como la amistad que dio origen a otra Tabla Redonda, como los lazos de sangre (humana o sobrenatural) que marcaron y marcan un camino compartido. Eso me lleva a la pregunta, que mil veces hice mirándome al espejo.

¿Dónde están quienes —con la pluma, con la idea, con el trabajo— serán capaces de llevar a término, de sacar adelante, la llama encendida en esas ocasiones? ¿Dónde están?

Anhelo saberlo. También, con la misma alegría con que espero esas reuniones, anhelo que la respuesta a todas las preguntas la emita siempre un fénix, en vez de la que lanzó, como espectral apagador, el cuervo lapidario de Edgar Allan Poe.

DEPARTAMENTO DE AVISOS PARROQUIALES:

1. Este es el post número 99.

2. Se invita al respetable público a relajarse antes de ocupar sus lugares. Los amigos de la granja tienen, desde ya, mesa de pista.

3. Pronto, el número 100. Chanchos, a sus puestos.

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Corriente El rincón insólito Marranadas

Rincones insólitos (y algo macabros)

Los argentinos tienen su Iglesia Maradoniana.

Los gringos tienen su Iglesia Presleyteriana.

México no llega (es un decir) a tanto. Apenas tiene el Club de fans de Juan Camilo Mouriño. O el santo Malverde. O la santa muerte.

Ya no quise buscar más; me da miedo.

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Corriente Happy-Happy Joy-Joy

Reaparece Nils Holgersson

Por fin viernes, hora de ponerle pausa a las lecturas talacheras contrarreloj para llegar a las del ocio gozoso, esas que no me paga nadie pero que aderezan mi conversación y hacen más transparente el alma.

Viernes de albricias, porque después de varias décadas de inexistencia, de ignorancia editorial (nunca mejor dicho), reaparece en México un libro de los poquísimos que considero piedra angular de mi biblioteca y releo siempre con gusto: El maravilloso viaje de Nils Holgersson.

La historia de Nils, el duendecillo de los patos, es entrañable porque cuando la leí por primera vez (a los diez años, creo) decidí portarme mal a sabiendas, esperando ser víctima de un hechizo que me permitiera correr tantas aventuras como ese personaje. Porque a los niños siempre les pasan cosas extraordinarias (ese es el punto).

En ese libro descubrí, entre otras cosas, que la geografía de un país desconocido (Suecia) podía ser muy interesante; que todos los animales, especialmente los patos y los zorros, pueden tener una personalidad mucho más agradable que la retratada en las fábulas de Esopo, y que las cigüeñas y hasta los ratones pueden ser muy sabios. La forma de narrar, a medio camino entre la novela de fantasía y el libro de viajes, me recuerda a Mowgli (el de Kipling) , a Bambi (el de Félix Salten) y a las Mil y una Noches. También recuerdo que, con los años, cada nueva visita a estas páginas era distinta: primero me atrajo la fantasía, luego las leyendas y finalmente incluso la geografía y la historia, materias que (por culpa de los los libros de texto) nunca aprecié demasiado hasta que (años después) empecé a leer novelas históricas.

La autora, Selma Lagerlöf, fue la primera mujer que recibió el premio Nobel de Literatura, aunque eso es lo que menos importa y puede no ser garantía, considerando algunos receptores del premio (como Winston Churchill) y otros que nunca lo recibieron, como Borges (y conste que sólo dije uno).

Es mi deber recomendar plenamente las aventuras de Nils a los visitantes de esta pocilga… y aprovecho para anunciar que en mi cuenta personal del año he superado los 75 libros precisamente a la vista del post número 100. Seguiremos informando.

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Corriente Happy-Happy Joy-Joy

Reaparece Nils Holgersson

Por fin viernes, hora de ponerle pausa a las lecturas talacheras contrarreloj para llegar a las del ocio gozoso, esas que no me paga nadie pero que aderezan mi conversación y hacen más transparente el alma.

Viernes de albricias, porque después de varias décadas de inexistencia, de ignorancia editorial (nunca mejor dicho), reaparece en México un libro de los poquísimos que considero piedra angular de mi biblioteca y releo siempre con gusto: El maravilloso viaje de Nils Holgersson.

La historia de Nils, el duendecillo de los patos, es entrañable porque cuando la leí por primera vez (a los diez años, creo) decidí portarme mal a sabiendas, esperando ser víctima de un hechizo que me permitiera correr tantas aventuras como ese personaje. Porque a los niños siempre les pasan cosas extraordinarias (ese es el punto).

En ese libro descubrí, entre otras cosas, que la geografía de un país desconocido (Suecia) podía ser muy interesante; que todos los animales, especialmente los patos y los zorros, pueden tener una personalidad mucho más agradable que la retratada en las fábulas de Esopo, y que las cigüeñas y hasta los ratones pueden ser muy sabios. La forma de narrar, a medio camino entre la novela de fantasía y el libro de viajes, me recuerda a Mowgli (el de Kipling) , a Bambi (el de Félix Salten) y a las Mil y una Noches. También recuerdo que, con los años, cada nueva visita a estas páginas era distinta: primero me atrajo la fantasía, luego las leyendas y finalmente incluso la geografía y la historia, materias que (por culpa de los los libros de texto) nunca aprecié demasiado hasta que (años después) empecé a leer novelas históricas.

La autora, Selma Lagerlöf, fue la primera mujer que recibió el premio Nobel de Literatura, aunque eso es lo que menos importa y puede no ser garantía, considerando algunos receptores del premio (como Winston Churchill) y otros que nunca lo recibieron, como Borges (y conste que sólo dije uno).

Es mi deber recomendar plenamente las aventuras de Nils a los visitantes de esta pocilga… y aprovecho para anunciar que en mi cuenta personal del año he superado los 75 libros precisamente a la vista del post número 100. Seguiremos informando.

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Corriente El rincón insólito

Rincones Insólitos V: instrucciones de juego

El rincón de hoy nos lleva a PacTxt, una combinación entre ociosidad y nostalgia, homenaje a quienes recuerdan los juegos de las “maquinitas” (como Pac-Man) y los de cuando el monitor de la computadora era bicolor, como… déjenme pensar… Ultima IV.

Lo “más increíble” es que había quienes jugaban por horas a esto, así como hoy se juega Age of Empires o similares. Y sin Internet.

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